Resulta que los jóvenes españoles no son tan apolíticos, estúpidos y conformistas como se pensaba. Sus iPads, internets, Twitters, Facebooks y teléfonos móviles no les han ideotizado, como defendían muchos, sino que les han servido para organizarse y defender sus derechos. Resulta que los jóvenes españoles saben hacer algo más que beber y ensuciar las plazas públicas con sus botellones, y ahora, acampados en la Puerta del Sol, ayudan a los barrenderos y recogen los cartones sobre los que han dormido el día anterior. Resulta que hay mucha gente en España que quiere tener mejores políticos, más democracia y más dignidad.
Periodistas y opinadores han discutido sobre lo que defienden los manifestantes de cara a las elecciones del domingo. ¿Votar en blanco? ¿No votar? ¿Hacerlo por los partidos minoritarios? En realidad, todas estas cosas son secundarias. El intento electoralista de muchos políticos por aprovecharse de este movimiento y utilizarlo a su favor es otra muestra más de su falta de responsabilidad y escasa talla intelectual. Ninguna de esas opciones de voto podría encarnar el enfado de los miles de personas que llevan toda la semana acudiendo a la Plaza del Sol. Y este es precisamente el problema: que el actual sistema político ha dejado fuera e indignado a demasiadas personas.
Como en la mayoría de movimientos sociales de la historia, la crisis económica ha jugado un papel importante. Con una tasa de paro del 21% (45% para los jóvenes), se puede decir que sin la crisis nadie hubiera acudido con pancartas al centro de Madrid. Sin embargo, aquellos que quieran ver las protestas como un movimiento temporal y causado únicamente por la crisis económica se están equivocando. Las manifestaciones van contra la propia estructura del sistema, contra los partidos políticos y los intereses económicos. Van contra las elites que dirigen el país. Contra el presidente del gobierno y contra la Ley Electoral que beneficia el bipartidismo. Que la principal plataforma que ha provocado todo esto se llame Democracia Real Ya debería ser suficiente para saber los motivos detrás de este movimiento. La gente quiere más democracia, mejor democracia.
Están cansados e indignados, enfadados, hasta las narices de que alcaldes, ministros y presidentes se rían de ellos. Cansados de los privilegios de la clase política, con alcaldes que en tiempos del mileurismo pueden llegar a cobrar más de 100.000 euros al año. Están indignados cuando comprueban que dos partidos políticos ineficaces, anquilosados en el pasado, con líderes que bien podrían pasar por concursantes de Gran Hermano, monopolizan los telediarios y el poder político. Están hasta las narices de no tener líderes a la altura de las circunstancias, de escuchar debates supuestamente “políticos” que parecen sacados del Diario de Patricia y donde los ciudadanos son tomados por gilipollas. Están cansados de unos medios de comunicación que sólo hablan de dos partidos y que se han convertido en sus portavoces. Cabreados porque, como se ha dicho en toda España, “no nos representan” y “lo llaman democracia y no lo es”.
Por primera vez en mucho tiempo, en España se ha consolidado un movimiento real y moderno, que huye de extremismos, de la bandera de la República y de la imagen del Gue Guevara. Son un grupo de jóvenes y no tan jóvenes (empresarios, parados, jubilados, padres, profesores) que se quejan por la forma en la que el sistema se ha deteriorado. Los manifestantes no quieren romper con el sistema, quieren mejorarlo. No aspiran a inventar algo mejor que un sistema parlamentario y democrático, sino que quieren tener precisamente eso, con más partipación de los ciudadanos, más controles sobre los políticos, más libertad de prensa y más poder del pueblo.
A pesar de las enormes diferencias con las revueltas en el mundo árabe, la comparación es inevitable. En ambos casos se ha producido una ruptura política y generacional, en ambos casos hay fallos estructurales de fondo, en ambos casos hay un fuerte desencanto social y en ambos casos se está pidiendo más democracia. La crisis económica, unida a un mundo globalizado donde Internet ha liberado al individuo (que ya no depende de los medios tradicionales para acceder a la información), han facilitado la expansión del mensaje y el surgimiento de grupos que comparten las mismas ideas. Si los políticos españoles supieron ver con claridad los motivos detras de las protestas en Túnez, Egipto y Libia, su actual miopía para analizar la situación y hacer auto-crítica está dando todavía más alas a los manifestaciones.
En realidad, casi todas las revoluciones del mundo (francesa, rusa, china…) fueron protagonizadas por personas excepcionalmente preparadas a las que el sistema no conseguió encontrar un lugar. Probablemente, hoy en día en ningún país se dan tan claramente estas circunstancias como en España. La generación mejor preparada de la historia (abogados, arquitectos, periodistas, ingenieros, profesores, historiadores, filólogos) está siendo desaprovechada por un entorno económico incapaz de absorber la mano de obra cualificada. Cuando este tipo de personas con un alto nivel de educación, ambiciones y expectativas son humilladas, no se identifican con los políticos y reciben sueldos miserables en puestos de trabajo (si es que lo tienen) donde no se aprovecha su talento, el país tiene un problema.
Aquellos que infravaloran la capacidad de este movimiento para resistir en el tiempo deberían reflexionar una vez más sobre la naturaleza de las manifestaciones y sobre los recursos que la gente que está en la plaza está encontrando. Hay personas que llevan mantas, bebidas, hacen masajes o aconsejan legalmente a los manifestantes. Algunos restaurantes han cerrado sus negocios para alimentar a los indignados. Los jóvenes se han organizado en distintas comisiones (comunicación, limpieza, legalidad…) que son fundamentales para el desarrollo de las manifestaciones, le dan madurez al movimiento y pueden prolongar la estancia en la plaza durante días, semanas o meses.
Tal vez las manifestaciones en Sol acaben en una anécdota. Tal vez dentro de algunos días los jóvenes vuelvan a sus clases de universidad, los parados a las oficinas del INEM y los jubilados a sus casas. Pero los problemas políticos y económicos de fondo seguirán existiendo y aquellos políticos que no sepan ver la gravedad de la situación estarán comentiendo un grave error. Aquellos que piensan que los actuales PP y PSOE pueden seguir gobernando el país como lo han hecho hasta hoy se están equivocando.
Hay que tener en cuenta que todo este follón se ha organizado en torno a unas elecciones municipales. Una vez que las manifestaciones han cogido fuerza, ¿qué va a pasar durante todo el próximo año, antes de las elecciones generales, cuando el país siga sumido en una crisis económica galopante y con tasas de paro en torno al 20%? Si este fin de semana se produce una fuerte abstención y votos en blanco en todo el país, el movimiento puede ser imparable. Los manifestaciones cada vez cuentan con una mayor organización, más apoyo social y mejores infraestructuras para seguir en la Plaza durante semanas o meses. Si los políticos no saben interpretar lo que está pasando, la bola seguirá creciendo.